Es muy probable que no vayas a entender los motivos por los que estoy
acá, ni la ciencia, que no logra (ni logrará) explicar el sentido de estas
líneas absurdas.
Me acerqué, tímidamente, a entender porque vivimos si no logramos
plasmar lo que nos llama a unirnos. Y es tan simple como el santiamén que dura
un beso de esos que duelen porque se marchan y dejan huellas inolvidables,
acuareladas y simbólicas.
Dónde se oculta el centro de tu vida, que no puedo hallarme en otro
lugar que no sea ese?.
Yo tendría que estar a tu lado en este momento, pero los desencuentros
son los grandes triunfadores en las historias de amor virtuales. Vos y yo, que
afirmamos amarnos frenéticamente, lo sabemos como Dios sabe que el mundo es
finito y gira a su merced.
Me siento exaltado, reminiscencia y locura, estos días se fueron
transformando en un día singular, de esos que no concluyen porque duran lo que
un amor sincero puede sobrevivir en un mundo donde la crueldad destruye amores
verdaderos.
Los antecedentes son esos besos que se pierden en el pentagrama de un
tango inédito, fresco, impoluto, la destreza de las palabras que erigen
momentos que reflejan ese horizonte que parece inalcanzable y, sin advertirlo,
transitamos a paso firme, abrazando esquinas, atravesando la lluviosa noche y
derribando latitudes para encontrarnos por fin.
Tener que imaginar que unos ojos charlatanes me dijeran tanto, fue en
ese momento que entendí que el corazón está para latir y no para doler. Y sigue
así, vos otorgándole ritmo, ternura y un azul profundo que se ahoga en el
torrente sanguíneo. Cinco minutos es una vida que equivale a esos primeros minutos
en que te dije que algo estaba por empezar.
El sol es el lugar, el remanso, el cuerpo donde quiero sentir que vivir
tiene sentido.
Nacer, crecer, morir… la trilogía que construye el devenir. Alguna vez sentiste
temor a que el amor se olvidara de enviarte correspondencia?.
Le escribí una epístola al destino, pidiéndole una chance de remontar
vuelo para divisarte entre las multitudes y elegirte de ahí en adelante. Hace
un tiempo ya, que vengo eligiendo encontrarte, a pesar de que te niegues a
salir para que te vea, ocultándote detrás de un cielo gris que se refleja en la
quietud de las olas de una ciudad que es enorme y no abre las puertas al amor
que queremos concretar.
La cercanía dice que nunca nos dijimos nada, pero que nos dijimos
mucho, el oxímoron que demarca el antagonismo de la sístole y la diástole, casi
mágicamente.
Empezar a llamarte amor de mi vida, después de haber vivido un puñado
de vidas buscándote, con la perseverancia, literal, de quien busca conjugar
verbalmente al amor.
En tu piel escribir un pergamino, en tu boca tatuarte un beso de amor,
en tus manos enamorar nuestras huellas digitales, los caminos nos enseñan a
mirar el objetivo viendo el porvenir y el paisaje. El paisaje de tu cuerpo
desnudo junto al mío, esa música que acaricia el alma, mientras las caricias se
diseminan por todo el lecho donde nos vestimos de artesanos y le damos forma
humana al amor, que deja de ser una palabra, para pasar a ser el hecho
celestial, la gloria mundana y el silencio perpetuo de dos bocas que chocan con
ternura, bajo un cielo lluvioso.
El sonido de los átomos, inquietos, moviéndose frenéticamente,
coronando dos cuerpos benditos que se encuentran por fin, aunque el reloj
marque las horas de antaño y nos diga que aún no es momento.
Acá estoy… llegando a tu plexo solar.
Bienvenidos nosotros.
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