Un paso que dura
una breve noche que, sin comprenderlo, se volverá duradera, explícita y repleta
de lenguaje. Te dije que me hablaras y lo hiciste con toda tu voz muda, con tu
cuerpo muerto y renaciendo en el mío, con el te amo atragantado en el plexo solar
y la timidez desnudándose. Hoy empezaba una nueva historia y los protagonistas
eran los mismos.
Son los momentos
en que cuesta despegarse del colchón y las sábanas aromatizadas con el amor que
acabamos de escribir en ellas…
Si te miro a los
ojos puedo llegar a desfallecer, si te beso, nuevamente, será el reinicio del
ciclo y encender la noche oscura, hasta vestirla de gala y celebrar este
encuentro causal, creciente y fascinante.
Recién salidos
de un silencio sepulcral, devenidos en la unidad ideal de este mundo cuyo peso
específico determina un lugar en el universo donde sólo nosotros podemos vivir.
En la oscuridad
reinante, puedo sincerarme con tu piel y dibujarle trazos inimaginables,
grabarte besos inolvidables y ceder una parte de mi vida a la tuya, para que
vivas un rato más en mis brazos ansiosos por mecerte lento y suavecito.
Me quedé en
silencio por no decir demasiado, podía ver la música que oía en tu humanidad
colmada de frenesí… el deseo hecho gotas y las risas sepultando al sábado y
pariendo un domingo que nos encontraría danzando al compás de la respiración
eufórica y la humedad corporal.
Un triunfo y una
porción de gloria en tu pecho, un disimulo en nombre de los sentimientos
guardados en el cofre de tus piernas apretándome con fervor.
Si te negué mis
ojos fue por temor a la ceguera, por hacerle un favor a la luz, flamante, del
nuevo día ensoñado. Una muerte repetida, la continuidad de la agitación y el
risueño cosquilleo de mi vida frotándose en tus cálidas manos, llenas de mí.
Un segundo más,
el segundo acto y el telón final… nuestras miradas saludándose con ternura,
nuestras bocas tartamudeando de placer, luego de habernos dicho todo con el
cuerpo y el alma. Sincera la hora, real el espacio, conjugada la historia y el
amor…
Y es encontrar
la felicidad, poder tomar tus pestañas para besarlas enteras, sin reparos, sin
condiciones, sin la sed que invade mi boca, cuando quiero enunciar lo que te
hace feliz y, mágicamente, callo para iniciar el ritual lingüístico para volver
a llover adentro tuyo.
Eterno es ese último
tramo, cuando la musicalidad se apodera de cada segundo y lo multiplica por
cada deseo que sobrevuela la habitación empañada de amor, que empaña la ventana
de respiraciones enamoradas.
Y nos volvemos
locos, irracionales, perpetuos, asombrosos, amores danzantes que se funden
cuando hablamos en dialecto beso interminable y amanecemos, inmaculados, en tu
cama perfumada con este encuentro que no termina, porque nació infinito como
nuestros nombres que se miran, con dulzura, hasta volver a escribir un capítulo
más en la historia de dos solitarios que dejaron de extrañarse a la distancia,
para empezar a extrañarse en la cercanía.
Y no pasa el
tiempo, porque decidimos no tomarlo en cuenta, fueron vidas anteriores y las
que vendrán… allí adonde vaya, iré a esperar por vos, sin decir nada y
recordando el último instante.
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