Vos me guiás hasta el cielo, donde Dios me espera para reencontrarme
con vos y tus manos celestes. Nos agarramos con fuerza y la fe nos llena de
vida.
Nos costó el reencuentro, porque la felicidad son gotas que pueden
llover intensas o esconderse detrás del gris de esas vidas que pululan por el
mundo, sin sentido, sin destino y sin sombras.
Y llovió mucho en nuestras miradas, porque esas lluvias son el efecto
del desencanto mundano, la expresión, sincera, de dos almas que se aman, aunque
intenten separarlas de su camino hacia el mundo de los inmortales. Nuestro amor
es inmortal, porque late, late con el ritmo de la música, con la fuerza del
amor y con el fervor adolescente de quienes vuelven a ser dos niños que
empiezan a sentir el cosquilleo, pletórico, del enamoramiento.
La solemnidad, el desarraigo, el acto de extrañarse, todo se esfumó
cuando seguimos el mandato de nuestros corazones y nos dignamos a amarnos como
el cielo lo ha escrito.
Entonces surgió el primer piso de una esquina donde te confesé que mis
sentimientos hacia vos no cambian, porque son verdaderos, se reflejan en el
agua estancada que brilla con esta luna de entresemana, pura intensidad, irme
de tu mano bajo la fría e inhóspita Buenos Aires, llena de misterios y que
esconde, entre todos ellos, el secreto de este romance que revitaliza sus
colores en cada esquina donde dejamos la impronta de un beso interminable.
Las palabras gozaban de libertad plena para fluir, para escaparse de la
prisión de nuestras bocas, para perpetuarse en lenguaje colmado de nosotros y
colmarnos de ese paisaje que significa perderse en tu cuerpo vestido de
estrellas.
Y el devenir se hizo presente, se potenció casi por antonomasia y así
los dos, despojados de terrena existencia, nos hundimos en el mar de la
ternura, en el sol de la pasión y en la cima de una montaña que nos encontró
fundidos ante la mirada, asombrosa, de quien nos unió.
Es la historia de un amor celestial, de una fábula de laberinto
invisible, de un remanso encantado donde fuimos el agua que baja, llena de
color, hasta mezclarse con los colores de un lienzo que ilustra un abrazo que
nació en la avenida más ancha del mundo y se hizo tan ancho que puedo afirmar
que el mundo cabe en él, desde que le dejaste grabado el recuerdo de tu cuerpo.
Vestidos de desnudez, de tímida desnudez, nos reencontramos en medio de
un festival, pagano, de besos y suspiros… te dije que el universo éramos
nosotros, tomados de la manos, viajando a la velocidad de la luz, en una cama
que adornábamos con el frenesí de quienes se sinceran y asumen que la hora del
amor ha dicho que es la hora de amar.
Y es quedarme dormido en tu pecho, casi con la misma felicidad que
siento al soñar que alguna vez seremos el cuerpo material del amor que el mundo
no conoce.
Multitudes de caricias y peregrinaciones de besos viajeros que se
encontraron una lluviosa noche de mayo, ese mayo de las flores muertas y los
aromas nacientes, que le da la bienvenida a ese invierno que nos encuentra
retozando bajo el frío roce de sus manos invisibles.
Te beso los labios, dejo sangrar mi corazón y deshago la geometría del
cosmos, mientras vos, liviana y en trance, te caés sobre mi humanidad, derritiéndola
hasta que desaparece y se vuelve a reunificar, resucitándome y devolviéndome el
calor corporal de un humilde poeta que ama, sin condiciones, a tu piel desnuda
de mortalidad, que me deja tocarte el alma con mis manos llenas de plegarias y
esperanza de que ya no te vayas de mi vida.
Es suplicarle a Dios, que nos deja ser felices todos los días, que no
te pierdas entre los azares del tiempo, que me des la gracia de llenarte de
vida y brindarte mi único tesoro, que es el amor que nació de vos en mí y para
vos. Que la vida me alcance para construirte un vergel de versos y odas, un
patio con un mar donde las olas te escriban canciones y un porvenir donde el
amor se corone en semillas que den flores con nuestros genes.
La historia sabe que los amores de fantasía, apenas se conjugan como
posibilidades remotas… nuestra historia dice que hay historias que se viven,
hasta que Dios nos lleve de viaje por las nubes.
Tomá mi mano con fuerza, que hasta allá quiero llevarte.
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