Considerar sanadora a la lluvia, es como dejarme caer en el plexo solar
de tu mirada que se vuelve una extensión del celeste azulado del cielo,
avergonzado, que se esconde detrás de las nubes asfixiantes, en este sábado en
que todo, en su totalidad, sabe a nosotros dos.
Hoy sentí el deseo de volverme un apéndice de tu respiración
envolvente, un santuario donde tu genealogía sea la ofrenda que un orfebre le
regala al creador del mundo, un tango repleto de vino caliente en la garganta o
esa mustia mañana en que los autos dejan descansar al asfalto hastiado de
pisotones fútiles.
Dormido en tu boca es más rico, ciego en tus ojos es ver la paleta de
colores en plenitud, estallar de la frotación de nuestras pieles es inventar la
palabra que reconstruya una nueva forma de lenguaje, embellecer con sonidos
agónicos tus oídos, mientras le canto una canción de cuna a tu vientre colmado
de pájaros que se callan para no despertarnos de este sueño imposible… y todo
se ve con enorme amplitud en este horizonte, donde las montañas, los ríos, el
sol, los campos y el cielo, se combinan, con timidez, para regalarnos un
porvenir.
Es el triunfo y la coronación, gloriosa, de un otoño inspirado en la
música, la distancia y los ayeres apenados, que clamaban por un segundo de paz.
Envueltos en cristiana desnudez, podemos recorrer las geografías
corporales, de dos almas que se alimentan de anhelos y permanencia, el luto y
la zozobra quedaron abrazando esquinas sin destino y, de esa bifurcación,
nacieron estos minutos que duran eternamente, multiplicando el amor fecundado
en un abrazo, sereno, con los ojos bien cerrados y el alma desvistiéndose para
que pintes el color de tu cabello en ella.
Se puede creer cuando se cree desde el sincericidio, desde la ilusión y
la acción, concreta, de una respiración que pronuncia tu nombre en el idioma en
que hablaba el viento, cuando te buscaba, con desesperación en el olvido.
Se sufre mientras la espera se prolonga y la resurrección tarda en
venir…
Vos llegaste con el nombre de una mártir por amor, yo supe tu nombre
cuando mi gusto probó el sal de tu mar, mi olfato olió tu perfume y mi tiempo
de vida sintió el segundo de vida en que la vida empieza a tener su nombre
propio.
Y vos, Camila… mujer de madera aromatizada con estaciones, pelo de
polen errante, manos que son un hospicio donde el poeta duerme hasta que
renace. Vos, con todo un universo encerrado en poco más de un metro y medio, te
volviste la erosión de la coraza, el ritmo de la pluma y la tesis de la ciencia
no descubierta.
Pedazo de Dios oculto entre millones de astros y mortales que no
quisieron sentir el acto de sentirse vivos en un mundo atravesado de absurdos,
traiciones y melancolía… Ese museo de amor, donde guardo las ofrendas que el
orfebre constituirá en objetos y esculturas, para brindárselas a quien me dijo,
en sueños, que tenía la misión de elegirte para devolverte al reino de la
inmortalidad.
Vos, en pleno reencuentro, viniste hacia mí, mientras yo iba hacia vos,
con un arcón y un ramillete de secretos, a devolverme la acción verbal de
andar, elegir y amar.
Y el reencuentro fue historia, quedó escrito en las paredes de un
cuarto erigido en el éter… y las imágenes quedaron guardadas en el álbum, perdido,
de la inmensidad nocturna… y el amor respirando entre nuestros nombres, que se
enamoraron de una historia que empezó a ser tan real como estas líneas, en las
que reafirmo mi voluntad de llegar hasta el infinito con vos, en mis días con
vos.
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