viernes, 11 de julio de 2014

Capítulo 9 “Tocar el amor con las manos”



Ustedes son unidos y ya son más que amigos… se ven como dos niños, caminando brillantes por la tarde azul (…) Se acabarán los días grises, esos días grises que te hacían bajar, porque su amor será tu arcoíris, más brillante que el mismo sol y lo sabes bien… despertarán por la mañana y se volverán a besar, porque hablando cosas que nunca hablaron, te mirará y serás su espejo y lo sabes bien… si quieres probar algo besa sus labios, verás que algo cambiará, tal vez nada cambiará… y lo sabes bien…”
Javi Punga de “Arcoiris”





Sentir es un verbo muy efímero, muy pequeño y muy descontextualizado para abrazar con tanto fervor, a un amor que nació de la confusa escena inesperada. Y de eso se trata… de no poder comprenderlo, porque no se comprende; de no especificarlo, porque no tiene secretos; de aventurarse en él, porque no se trata de una aventura casual.
No alcanza el lenguaje universal, porque es lenguaje universal trascendente, disimulo y ternura, vergüenza sonrojada, desorientación atemporal, elucubración ascendente y descendente, como una melodía inexplorada, como un suceso inesperado, como el color del alma furtiva, que se baña de vos.
Y entonces habla lo que no habla, respira lo que no respira y sucede lo que no ha de suceder y vos, con tanto brillo en tu piel, me invitás a sobrevivir en medio de tanto temor, crueldad y gris.
Yo te vi, única, en medio de múltiplos inéditos de gentes que se morían, que imaginaban lo que nosotros sentíamos y sentían lo que nosotros íbamos a inventar. Mientras uno más uno diera dos, el mundo podía abastecerse de consuelos desconsolados, hasta que llegara la hora del día en que el amor naciera por fin.
Pero faltaban los protagonistas, los nombres y el guión, el espacio, el tiempo y la coronación, el terror y la muerte, el resucitar y el reencuentro… el beso.
Iba a escribir un sueño y de pronto, inesperadamente, un trip hacia tu vientre, cambió el devenir de la historia para siempre… y ahí surgieron los silencios, la inmortalidad y el tiempo de la estación benigna, el sortilegio y la química, el aroma a incienso y las flores, los colores y ese deseo, infinito, de dejar de lado, por un momento, la transformación y el desequilibrio mundano, para reemprender la búsqueda del lugar donde, ambos, quedáramos solos, frente a frente.
Noche de amor… tu ropa es el telón de un escenario, mi aliento se entrecorta, mi aire también, mis manos remarcan el trazo de tu contorno corporal y fecundan de caricias el abrir y cerrar de tus ojos llenos de encanto; tu susurro, mi timidez, una hoguera que se tiñe de invocaciones, de sabor a invierno colmado de musicalidad, de palabras que perecen ante el embate de las bocas que se dicen todo silenciosamente. Hay sensorialidad y una bocanada de aire, antes de prometernos la eternidad de una vida que se revive, se reedita y se asemeja a la certidumbre, inmaculada, de un viento que nos desplaza hasta la dimensión, anónima, de la creación absoluta, del milagro de creer, de la bendición de poder despertar, un día más, juntos.
Vos y yo, un todo inconfundible, un espejo donde la desnudez es sinónimo de los anhelos celestiales, de la gracia divina o del júbilo trascendental, de un amor nacido de las entrañas de quien, todas la noches, nos enamora con el mismo amor que nos crea.
Y tu nombre y mi nombre son gemelos, nomenclatura del verbo amar, figuración de un universo colmado de la claridad, mágica, del agua que nos ve bañarnos de felicidad simultánea, paulatina, inmejorablemente nuestra… tu nombre y mi nombre, nombrando al amor y llamándolo por su nombre. Y sentir deja de ser anecdótico, el suceso toma forma de impulso y nos eleva hasta el amanecer donde, perpetuo, el cielo se viste de fiesta.
Todo dura una noche, la noche dura una vida y el recuerdo de esa vida se reproduce en mil vidas que, inconscientes, se reencuentran en la próxima vida y, al reencontrarse, dibujan con tinta, el rostro del amor en nosotros.
Ayer fue eso… hoy es mil ayeres… mañana será todo.

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