martes, 12 de agosto de 2014

Capítulo 14 “Tierna mente epistolar”



Desoír el ruido de la voz interior y situarme, cinco minutos, dentro de tu cuerpo desbordado de estrellas. No siempre puedo, no siempre sé, no siempre entiendo… porque siempre hay algo más que callar y mucho por hablar.
Tal vez sea mi mundo, tu mundo o el nuestro, mi lucidez, tu desvarío y viceversa, mi desazón, tu impronta y nuestro desencuentro. Pero siempre, todo el tiempo, habrá un nuevo motivo para concretar una interpretación, animada, de los hechos que acontecen alrededor nuestro y no advertimos.
Puede que sea yo, apenas un bostezo aburrido en tu vida, un añejo vino picado o una simple película de esas que viste repetidamente. Y se conjuga la existencia en esa acción, en ese laberinto donde lo imposible ocurre y lo preciso se desarma en imprecisos añicos de amor que no vuelven a nacer.
Tratar de no dormirme, para que lo que sucedió siga pasando y no se detenga en medio del gris y la tristeza de la ciudad que me ofrece un inmenso abrazo. Unas dosis, seriales, de alcohol y a resignarme, a envalentonar a mi voz que se quedó muda y dejó de pronunciar nombres al azar. Un pecho que contiene un llanto que vengo postergando… sé que no siempre es sencillo dejar que las emociones vean la luz, pero también sé que, si estás vos enfrente, puedo empezar a ser yo y no experimentar cambios de lugares y piezas.
Poder mirarte a los ojos y que la humedad brote de los míos, para encenderse en los tuyos y sentir, al fin y al cabo, que todo lo que quiero es apoyarme en tu pecho y llorar, mientras Mamá se despide y nos saluda a lo lejos.
Mi mente se enternece, vuelve a vestirse de fiesta y sonríe, sonríe sin piedad, porque encontró en tus apariciones, repetidas, el motivo para reencontrarse con su vida y su equilibrio.
Cuando creí que nada quedaba, entonces surgiste, te abriste camino entre mortales para devolverme esas dulces sensaciones de no seguir esperando, en vano, que las estrellas se caigan en mi cama, mientras yo intentaba hacerlas caer en la tuya, justo en tu frente adornada con mis manos que te respiran lentamente, cuando tus ojos empiezan a perecer.
Los días llegarían de todos modos, sólo que ahora llegaron y el presente se sonroja al compás de nuestras, interminables, caminatas.
Destino que dice llamarse futuro porque, de todos modos, iba a seguir esperándote.
Fueron milenios, siglos, décadas, años o como quiera uno llamarle, esperando desesperado, amando enamorado de vos, que no estabas pero vivías para mantenerme acá, vivo.
Los pies se frotan, el pulso se acelera, las pieles se erizan, los tiempos se extienden, la música baila… y te mentí, te mentí cuando afirmé que iba a permanecer toda la vida con vos, sabiendo que hablar de una sola vida es minimizar un amor que equivale a muchas más y existe porque nosotros somos los elementos, químicos, que le otorgan vitalidad y significación.
No sé tu nombre, pero convive conmigo desde que lo rebauticé amor, amor puro, con pálida pureza y celestial huella, porque Dios quiso que naciera y esa rosa que me dejó sangrando el corazón, quiso que vos le dieras aire para respirar, un pecho para echar las penas y un camino para caminar hasta tus brazos que me esperan llenos de esas ilusiones que creí dejar olvidadas en el cielo cuando, por las noches, te extrañaba.
Y ahora todo es azul, verde y vos… un jardín colmado de fotos, de recuerdos y de ese momento, único, que somos cuando nos dejamos caer en el cuerpo del otro.
En el medio, un Álbum Blanco, un puñado de recitales de Pez, otro de cenas y meriendas, un Flopa, Manza, Minimal donde descubrí que te amaba demasiado y mil noches de amor que no quiero que terminen nunca.
Y ahora un viaje corto, un porvenir largo y mil perdones por no saber, a veces, que podés sufrir… si un beso ayuda a que no lo hagas, al final de estas líneas o debajo de tu almohada, dejo uno.





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