Sin dudarlo, podría afirmar que hubo varios antes y después, a lo largo
de mi vida, pero todo esto sin advertir que, repentinamente, mi vida se redujo
a una sola.
El primer quiebre de uno suele ser el nacimiento y yo nací más de una
vez, sin embargo, sentí que volvía a nacer, cuando tu boca me dibujó un beso
redentor y los paisajes empezaron a llenarse de color, mi cuerpo de calor y vos
de mí.
Y entonces el antes y el después empezó a ser ahora y vos, un remanso
donde realizaba un sueño Alicia, Cristo o el destino… un soplo, inmenso, de
ganas de volver a vivir la vida, cuando la muerte era un recuerdo fresco que
amamantaba la vida de un Edipo llorando dentro mío.
Yo río, lloro, siento, extraño y todo eso hace despojos la historia de
quienes esperan.
Y esperé hasta que ya no quise seguir esperando, entonces me dediqué a
buscar, a buscarte, a buscar el centro de tu respiración y, al llegar, gritarle
fuerte a tu pecho todo mi amor.
En el año de la muerte, en el año del silencio y la mustia soledad,
cuando los desencuentros muestran sus mejores cartas y el sentido de la vida es
encontrarse, ocasionalmente, con pedazos de luz que oscurecen, aún más, el
camino.
Dios estaba expectante, el mundo entero quizás, pero nosotros más que
nadie y esa ansiedad se traducía en tropezones involuntarios, en ilusiones
ópticas que rezaban por un abrazo, mientras mendigaban amor en cada esquina
infectada de etílicas frustraciones.
Yo te vi llegar, yo te vi entera, prisionera del tiempo y la zozobra,
del dolor y del espacio desasosegado, de la muerte y el clamor desoído. Un
abanico de historias y un anónimo que te amaba sin conocerte, que te imaginaba
sin verte y que te extrañaba sin encontrarte.
Traiciones mundanas, fragmentos de hastío, quizás porque no me ve el
mundo o yo no lo miro a él… quizás porque soy tímido y superficial… quizás
porque nunca voy a hacer que alcance.
Los amores no condenan… será porque en vos nació una nueva estación, un
nuevo lenguaje o una nueva melodía, será porque de tan cursi puedo llegar a
desilusionarte o de tan limitado vaya a espantarte, cuando simplemente estoy
haciendo que todo sea distinto.
Y en mi espalda conviven tus besos, tus pellizcos y tu respiración, tus
enojos, algún cabello que dejás dormido o un frío que se muere cuando me abrazás
y todo vuelve a empezar.
Y ahora, parado en la puerta de la habitación, a punto de partir, a
punto de decirte adiós, un adiós que se prolonga lo que un pestañeo, te veo
suspendida, sumida entre huellas y tu desnudez, entre resabios y colores que
saben a noche de amor, me persigno y dejo mi historia escondida en los rincones
de tus sábanas.
Es lo posible entonces, lo que se vive y, con vos, todo es posible,
porque alguna vez me dijiste que ya no estaba solo y mis ojos lo comprobaron.
Fue entonces, cuando elegí elegirte, contemplarte cercana y aventurarme
en un milenio juntos, en una vida de reencarnaciones, de sucesos y noches, de
estrellas y velas, de lluvias y tardes, de lunes y sábados, de miércoles y
viernes, de martes y de jueves y un domingo para que Dios reciba nuestro amor
en sus manos llenas de gracia y celeste cielo.
Es nuestra genealogía juntos, nuestro álbum de fotos, nuestra biblia
del amor, el secreto de la vida que fue un antes y un después, hasta volverse
un ahora y siempre… a tu lado.
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