viernes, 5 de septiembre de 2014

Capítulo 18 “Siempre parte I”



Muere la increíble hora de dormirse, porque la despertamos y la desesperación y el frenesí invaden la habitación, humedecen el aire y sinceran los cuerpos que se bañan en besos que llueven desde todos los rincones.
Y la calle es una circunstancia, el deseo un canal sin retorno, la ciudad es un escenario donde acontecemos juntos, brillamos, estallamos en situaciones inesperadas, endulzadas, cálidas…
Hay momentos en que nos remontamos sin escrúpulos, hasta un cielo que creamos cuando nuestras bocas se aman desenfrenadamente. Hay instancias en que, mientras dormimos, nuestras almas se desprenden del cuerpo y viajan sin rumbo, tomadas de la mano, dejándonos morir, permitiéndonos resucitar, mientras reescriben nuestra historia en diversas esquinas y el mundo duerme.
Son momentos que se acumulan y despiertan junto a nosotros, cuando me dispongo a darte el primer mate de la mañana cargada de resabios de anoche, de recuerdos de tu cabeza en mi pecho y mis palabras en tus oídos, una brisa encantadora y un suspiro naciendo del plexo solar, que pronuncia tu nombre y se dispone a dejarme dormido en tus brazos.
Y hay alguien que deja una carta debajo de tu almohada, alguien que la escribe y alguien que la lee en tus sueños… así, todo renació ayer.
Va casi un trimestre de inolvidables momentos y una vida de insoslayables precisiones que afirman que el amor empieza a tomar un norte sin dirección y un rumbo con sentido norte. Yo me río al compás de tu risa que desentraña mi inocente confesión… ahora amar dejó de ser una quimera para tomar la forma de mi mirada ahogándose en el delicioso clímax de tu beso humedeciendo la atmósfera de mi piel meciéndose en la tuya.
Si tuviera que decirte algo, en este momento tan sólo me saldría confesarte que anhelo que vuelvas a mí, hecha bosque, vergel y caudal, sofisma, metáfora o la escultura de tu cabello enredado en mis dedos que tiemblan de ternura, cuando sobreviven a la acción, tímida, de dibujarle una caricia a tu pecho florecido de mayo.
Vos fuiste las flores de mayo, la música del otoño en retirada, el desengaño de junio a las mil, cuando quisieron arrancar el amor de nuestros días y lloré, sin consuelo, por tu ausencia cercana.
El álbum de fotos es extenso, las raíces son profundas ya y el miedo empieza a convertirse en la excusa perfecta para reafirmar que la pureza de nuestro amor, es infinita, inconmensurable, tácita.
Puedo verte, ahora, recostada sobre una nube que le pedí a Dios hace un milenio, hay astros, huellas y la reproducción secuencial, de las veces que te dije que siempre, pero siempre, iba a permanecer a tu lado. Hay una llave, una casa, una porción de tierra y un futuro en forma de corazón, sonidos, aromas, frutos y un retrato de ese beso que te robé imprevistamente, cuando la lluvia del invierno asomaba sin pausas.
Y el adiós es tan temprano, que se aleja con las agujas del reloj que marcan la hora de volver a decirnos mucho, que es todo y que nos desviste hasta encontrarnos desnudos, fundidos y colmados de endorfinas.
Entonces te despierto, te elijo y te digo, con sinceridad, que te amo con el alma, antes de que se repita el ritual separatista y volvamos a ser cuerpos en manos celestiales, en fase de resurrección.
Me expresás tus temores, te beso la frente, las mejillas, el pelo… llorás, sufrís, dolés y me deshago, te elijo, te antepongo ante mi propia vida y te la regalo para que sigas viva. Te bautizo la mujer de mi vida, te nombro el amor de mi historia y me dejo caer adentro de tu cuerpo, hasta morir en vos.
Y son todas gracias, unión y una fuerza que me hace amarte muy fuerte, como la primera vez…
Recuerdo ese instante y entiendo que todo este tiempo fuimos dos caminos que dejaron de ser bifurcaciones, para volverse un cuento de amor.
Siempre, por siempre, para siempre.

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