En el centro del tiempo, dicen algunos especialistas, reside el
destino, la meta o el final del recorrido… la vida tiene un sentido y ese es
sentirse bien, cuando la sentimos plena y rebosante de lo que la constituye.
No es adivinanza ni azar, apenas es un concierto de palabras que vuelan
por todo el lugar, una carta y algunos regalos hacen el resto. No hay lugares,
no hay momentos, es sólo tiempo, gutural grito que emerge del centro del cuerpo
que clama colores, abrigo y verano.
Un verano juntos, un invierno terminal y un sereno reflejo de esta
caminata que nos encuentra sumergidos, en un aleph reciclado por nosotros.
Dicen que la felicidad son pequeñas cosas y vos, pequeña, sos el motor de mi
felicidad brotándome de las entrañas.
Yo te amé todo este tiempo, sin que lo advirtieras, yo te rogué
silenciosamente un segundo en tu cuerpo, yo te inventé en mis pensamientos.
Vos, vos siempre vos, haciéndote mi voz cuando el silencio me atravesaba y el
dolor se apoderaba de mí, mientras una parte de mi ser terminaba de ascender al
cielo y vos, siempre vos, me dejabas dormir en tu pelo.
Es casi un trimestre viajando en vos, es el deseo, urgente, de pensarme
adentro tuyo y que la pena se esfume una tarde lluviosa donde me encuentres a
tu lado, tarareando una canción, leyéndote un fragmento de esta inútil historia
o simplemente robándote un beso.
Y esperar se hizo costumbre, tamaña suerte la de reiterar plegarias a
Dios para que llegaras por fin…
Las partidas son aromas que se impregnan en el alma, cuando no queremos
resignarnos a que se cumplan. Te voy a dar cosas simples, porque en la simpleza
se ve mejor la honestidad, el deseo y el amor puro… nadie tiene el corazón en
sus manos, ni los sentimientos resueltos, en mí florecen las ganas de nacer de
vos y de coronar todo con una sonrisa inmensa.
No promesas, no intenciones, no ilusiones… apenas un ramillete de
acciones y la fuerza necesaria para tomarte la mano y decirte, con sinceridad:
te amo.
Todo es el anhelo de una estación que se aproxima y nos encuentra
unidos, crecidos, animados. Un tiempo de siembra, un remanso para nuestros
castigados pasos, sedientos de agua helada y de paisajes nuevos, de quimeras y
fábulas, de minutos y centurias.
No querer que avance el reloj y ansiar encontrarme en el final de
nuestras vidas.
Es un viaje sin retorno, un soplo de versos que rejuvenecen la niñez,
cuando el amor es extraño y resurge al mirarte a los ojos y sentirme
adolescente, por un segundo.
Tu cuerpo es el día en que decidí enamorarme, mientras tus achinados
ojos me decían que me hundiera en ellos y mis manos trepidaban a medida que la
lejanía desaparecía.
Y yo sé que, en algún lugar del mundo, vas a seguir resplandeciendo,
será para mí o para quien debas brillar, pero brillar es tu verbo, tu latido
constante, tu verborrágica belleza, tu esplendoroso andar y esa ternura que
brota de mi voz muda, cuando me quedo titubeante esperando a que me devuelvas
los sentidos.
Y seremos de colores, visiones y devenires diferentes, pero el
denominador común no cesa y se mantiene vigente, como este día que no termina,
porque recién empieza y nos vuelve visibles, vulnerables, sentimentales…
Empiezo a florecer en vos, las raíces son flamantes y dulces, la música
es un enlace y todo, absolutamente todo lo que te digo, es cierto.
No me queda lenguaje para decirte cosas, apenas lo corporal, lo onírico
y estas líneas… sobra todo lo demás y se vuelve un desfile de diapositivas.
Mañana es el sol, hoy es las nubes, ayer fue la tormenta.
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