martes, 9 de septiembre de 2014

Capítulo 19 “Estación”



En el centro del tiempo, dicen algunos especialistas, reside el destino, la meta o el final del recorrido… la vida tiene un sentido y ese es sentirse bien, cuando la sentimos plena y rebosante de lo que la constituye.
No es adivinanza ni azar, apenas es un concierto de palabras que vuelan por todo el lugar, una carta y algunos regalos hacen el resto. No hay lugares, no hay momentos, es sólo tiempo, gutural grito que emerge del centro del cuerpo que clama colores, abrigo y verano.
Un verano juntos, un invierno terminal y un sereno reflejo de esta caminata que nos encuentra sumergidos, en un aleph reciclado por nosotros. Dicen que la felicidad son pequeñas cosas y vos, pequeña, sos el motor de mi felicidad brotándome de las entrañas.
Yo te amé todo este tiempo, sin que lo advirtieras, yo te rogué silenciosamente un segundo en tu cuerpo, yo te inventé en mis pensamientos. Vos, vos siempre vos, haciéndote mi voz cuando el silencio me atravesaba y el dolor se apoderaba de mí, mientras una parte de mi ser terminaba de ascender al cielo y vos, siempre vos, me dejabas dormir en tu pelo.
Es casi un trimestre viajando en vos, es el deseo, urgente, de pensarme adentro tuyo y que la pena se esfume una tarde lluviosa donde me encuentres a tu lado, tarareando una canción, leyéndote un fragmento de esta inútil historia o simplemente robándote un beso.
Y esperar se hizo costumbre, tamaña suerte la de reiterar plegarias a Dios para que llegaras por fin…
Las partidas son aromas que se impregnan en el alma, cuando no queremos resignarnos a que se cumplan. Te voy a dar cosas simples, porque en la simpleza se ve mejor la honestidad, el deseo y el amor puro… nadie tiene el corazón en sus manos, ni los sentimientos resueltos, en mí florecen las ganas de nacer de vos y de coronar todo con una sonrisa inmensa.
No promesas, no intenciones, no ilusiones… apenas un ramillete de acciones y la fuerza necesaria para tomarte la mano y decirte, con sinceridad: te amo.
Todo es el anhelo de una estación que se aproxima y nos encuentra unidos, crecidos, animados. Un tiempo de siembra, un remanso para nuestros castigados pasos, sedientos de agua helada y de paisajes nuevos, de quimeras y fábulas, de minutos y centurias.
No querer que avance el reloj y ansiar encontrarme en el final de nuestras vidas.
Es un viaje sin retorno, un soplo de versos que rejuvenecen la niñez, cuando el amor es extraño y resurge al mirarte a los ojos y sentirme adolescente, por un segundo.
Tu cuerpo es el día en que decidí enamorarme, mientras tus achinados ojos me decían que me hundiera en ellos y mis manos trepidaban a medida que la lejanía desaparecía.
Y yo sé que, en algún lugar del mundo, vas a seguir resplandeciendo, será para mí o para quien debas brillar, pero brillar es tu verbo, tu latido constante, tu verborrágica belleza, tu esplendoroso andar y esa ternura que brota de mi voz muda, cuando me quedo titubeante esperando a que me devuelvas los sentidos.
Y seremos de colores, visiones y devenires diferentes, pero el denominador común no cesa y se mantiene vigente, como este día que no termina, porque recién empieza y nos vuelve visibles, vulnerables, sentimentales…
Empiezo a florecer en vos, las raíces son flamantes y dulces, la música es un enlace y todo, absolutamente todo lo que te digo, es cierto.
No me queda lenguaje para decirte cosas, apenas lo corporal, lo onírico y estas líneas… sobra todo lo demás y se vuelve un desfile de diapositivas.
Mañana es el sol, hoy es las nubes, ayer fue la tormenta.

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