jueves, 9 de octubre de 2014

Capítulo 21 “Transitar”







Estuvimos pensándonos tanto tiempo, que nos olvidamos de pensar en nosotros mismos, todo aconteció con calma, con la calma simple de un remanso inundado de ternura, de espacio, de horizonte… sonaban las canciones más lindas, se sucedían los momentos más dulces, se transitaba un rumbo cierto, preciso, profundo.
Ya no importan los motivos, ni las consecuencias, es el momento de reencontrarse, de que el tango hable por nosotros… hay un mundo en juego y el tiempo empieza a exigir más tiempo.
Y dejarás una huella significativa en mí, un tatuaje en mi pecho que suspira y repite el suspiro con la misma naturalidad que le pido a Dios, en mis plegarias nocturnas, que te cuide y me llene los brazos de amor para contenerte.
No podré quizás, de ahora en más verte venir, verte reír o verte simplemente… y son los recuerdos, verdugos del presente y testimonio del porvenir cercano.
En la calle, millones de mortales salen a morir un tiempo más y yo acá, muero de amor por vos, sabiendo que quedarán mil cosas por hacer.
Yo solo quiero amar, yo solo quiero arder junto a vos, yo solo quiero un segundo más…
Pero no voy a pedirte que lo sientas así, apenas tengo un hilo en el pecho para respirar, no puedo decir nada más que lo que mi respiración susurra con mustio tono descendente.
Es momento de transitar, de decirnos la verdad verdadera, que duela como duele el domingo a la noche, que sangre como las venas cuando el torrente sanguíneo se altera, que muera como la vida cuando no queda más que encontrarse con los de arriba.
Llorar es un verbo mágico, sentir es llorar por vos, de emoción, de tristeza, de rutina, de todo lo que nos conectó con asombro y se diluyó cuando la fuerza se debilitó y nos encontró perdidos, en un pantano repleto de historias de ficción, vestidas de anacronismos fulgorosos.
Los daños son relatos zonzos que escapan con lentitud y evocan a la quietud de las calles que remiten a la soledad más espesa…
Encuentro a la liebre que asusta al león que vive en el mar y que no te alcanza. Te busco una roca con forma de buey con siete coronas y no te alcanza. Parto una montaña para abrirla en cien, hago eco tu nombre ¿y qué? No te alcanza. Acelero el tiempo, hago pan mi voz, te perfumo el viento y no te alcanza.
No alcanza la liebre, ni el león, ni el mar. No alcanzará el tiempo, ni el viento, ni el pan. No alcanzará nada mientras te quieras ahogar en esos mil mares que te hacen rodar.
No te llega, no te llegará.
No te llega, no te llegará.
No te llega… no te alcanza.
Te cazo una flor, le cambio el color, le enseño tu nombre ¿y qué? No te alcanza.
 Me dejo morir cuando vos querés, te enjuago en mi boca y no te alcanza. Me voy de mi cuerpo, te dejo mi voz, yo te hago feliz ¿y qué? No te alcanza.
Encierro a aquel ángel que no habla de Dios, lo pongo en tu ropa y no te alcanza.
No alcanza tu nombre, mi boca, mi voz. No alcanzará el cuerpo, ni el ángel, ni Dios. No alcanzará nada mientras te quieras ahogar en esos mil mares que te hacen rodar.
No te llega, no te llegará. No te llega, no te llegará. No te llega… no te alcanza.
Y una canción puede decir mil cosas, puede no ser si vos estás lejos, puede no surgir si la voz se queda callada y mil cosas más…
Hay una herida que se conmueve y llora, baña de colores mi rostro y se acuerda de las noches en que nos decíamos la verdad que hoy el temor se llevó cautiva.
Hasta que la verdad vuelva y nos diga que el amor es nuestro abrigo, seguiré esperando a que resucite, a que me mires y me dibujes, nuevamente, una sonrisa infinita, inmensa, colosal.
Mientras te dibujo y exploro los colores que tu piel dejó en mi cuerpo, pasó una tarde pensando en aquel día en que mi mirada se murió en vos.

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