martes, 13 de septiembre de 2016

Capítulo 35 "Negro azabache"

La calma y el asombro en un almanaque lleno de fechas y vacío de sucesos. Encontrarnos fue sencillo, la tardanza fue apenas un desacierto estacional de Dios cuando se olvidó que los amores están hechos para nacer y perdurar hasta que cambian de nombre o de persona.
Hubo noches en que necesité un abrazo casi tanto o más que el oxígeno, estirar los brazos y bailar con el silencio fue un suicidio inducido, un flash oscuro, una fotografía de Londres lluviosa... Me quedé resucitando sin efecto, en el año de la muerte me dediqué a reconstruir los lazos con lo abandonado, lo no visto o lo no descubierto.
No sé si cuento con el don de poder domar la voluntad de los corazones, pero tal vez haya aprendido a recomponer y calibrar los latidos que me otorgan la oportunidad de seguir viviendo.
Vos, párrafo que vino a contarme que la vida no tiene fin cuando amar es un verbo de carne y hueso, sos el color que contagia a la noche, que baña con metáforas ese cielo indigente de constelaciones, cuya piel es el reflejo de tu piel y hecha inmensidad en el afuera, donde te volvés galaxia y yo apenas represento algún astro que vive en tu infinita vastedad.
Me caí, el golpe fue feroz, un desengaño lleno de destino escrito. Lo hice con sinceridad a pesar del vuelto, la sangre derramada y el llanto nocturno, el baño de realidad y lo real bailando danzas asesinas, tu elección y mi derrota asumida, el sol, las nubes y los campos.
El renacer inesperado, levantarse a ver el alba y someter el cuerpo a la dinámica de destruir para empezar... una sinergia audaz y sincera, un encuentro ansiado y la música como laberinto donde iniciamos la historia de los niños que siembran el amor verdadero, el trascendente, el impersonal.
 Había un tiempo preciso marcado en el calendario, una decisión para plasmar, un torbellino de hojas que se llevo el otoño y me dejó un invierno envuelto en tu abrazo tan cálido como ese verano que nos encontró pensándonos pero desencontrados.
Entonces nos volvimos un viaje, una canción, una epístola, un regalo, un gusto por lo mismo. Tan reflejo y tan empáticos como tu voz y mi voz pronunciando el nombre de esta historia.
Somos un singular con más de un gen, atravesados por esas ganas de decirnos todo y no dejar de sonreir aunque sea con recuerdos inútiles, con ilusiones difusas o con algún recital que nos deje sentir lo mismo, al menos por un segundo.
Sé que viniste porque vas a venir todo el tiempo, como yo fui y seguiré yendo todo el tiempo, con la claridad de un tintero desangrado por haber inyectado plasma en hojas pálidas y vírgenes.
Hay un vendaval y un paisaje bajo el agua que cae sin cesar y con la violencia que se derrama sobre cuerpos vestidos de rencor.
Ahora tus manos, tus colores uniformes y ese encuentro cotidiano con nosotros hechos un abrazo sanador y tridimensional que da nacimiento a una cuarta dimensión.
 Las flores de mayo que migran en septiembre y bocetan sobre el lienzo un negro azabache que vino a llenar de cosquillas mi ventana, cuando más tonos quiero contemplar y ese trazo es un preludio que se corona en tardes de domingo y merienda por venir.
Que venga con vos, que vaya adonde me lleves, que sea hoy, mañana y siempre.