miércoles, 16 de noviembre de 2016

Capítulo 37 "Imposible"

Alguna vez me contaron, cuando era un niño, que lo que se imagina es realizable. Desde ese momento, empecé a entender que soñar era algo más que un simple desafío y que se trataba, más bien, de aprender a dibujar quimeras, de otorgarles un manto de color importante, para afrontar el devenir.
La niñez me encontró preguntón y curioso. Frecuentemente solía interrogar a mi madre acerca de las cosas que no se entienden, la respuesta era una caricia en la cabeza y un premonitorio: Ya lo entenderás.
Y tuve que entenderlo cuando los años empezaron a desatar nudos impensados, destrabar caminos y colmar de palabras mi voz ausente. Entonces nació la vida y con ella llegaron las vicisitude, una brújula desorientada que marcaba un norte lejano, una sintonía delicada que se abría paso entre los recuerdos que afloraban desde el inconsciente de mi flamante vida. Alguna vez me quedé infinitas horas pensando ese mundo que, sin darse cuenta, nacería de tu llegada.
Me tocó jugar con la intensidad que juega el niño que empieza a coronarse como universo, no sin antes pasar por la etapa de polvo cósmico, ilusión del amor entre padres o reflejo menguado de un lugar colmado de expectativas.
 Todo parece enorme cuando somos apenas el comienzo de un album de fotografías, prevalece la finitud y el desencanto con la inocencia que reina, inmaculada, en nuestros días, mientras lo extraño se vuelve tangible y lo cierto se transmuta sin sentido.
La posibilidad de sobrevivir era impensada, la ingenuidad era colosal y el corazón vibraba como carnaval de mareas que azotan la noche calma.
Podíamos volvernos, lentamente, canción, imperativo categórico o la génesis de un remedio para los males del planeta tierra... no nos volvimos nada porque la atemporalidad cruel escondió las agujas del tiempo y la noche se inició, eternamente, provocando un desencuentro falaz.
Nuestras historias fueron una varieté de sucesos inesperados, un puñado de vocablos incomprensibles, una montaña de canciones sin ton ni son... el final era un comienzo, un epílogo de finales cercanos que contenían el calendario del romance por concretarse y una llave que conducía hasta la puerta de lo imposible.
Me quedé perdido en la imaginación, en el anhelo de poder otorgarle vida a un par de ojos que me ahogaran en una mirada rebalsada de versos, métricas y aroma a punto de encuentro y partida.
Entonces comprendí que, muchos años después. estaba dando un paso que se asemejaba a caminar hasta vos y me encontró vacilante, en la noche de Palermo, mientras los astros cenaban a la luz de las velas, durante un invierno que simulaba marcharse para que llegara una primavera que solo nuestras manos sentían. Todo eso y la música nos recordaron que éramos un inicio, un plano en el espacio exterior o un pentagrama donde la melodía sonaba a recuerdo y a presente.
Nuestros octubres cargados de melancolía y un bandoneón dibujando un tango en la fervorosa Buenos Aires, todo eso y un todo extra largo para nosotros dos, trasladado a un sábado en que encendimos la llama de los cuerpos fundidos en un paseo interminable.
Hoy quiero que seas mi novela inédita, mi retrato en tu piel, la historia que le cuentes a tu almohada antes de caer dormida en mi lista de deseos, un te quiero azucarado, mi reina de corazones en un tablero de ajedrez o el agua que caiga, tardía y candente, sobre mi cuerpo suspendido en el falso estío que se aproxima... luna entera en noviembre escondido, un billete de mil en mi cuenta en el sol y mi nombre flotando en tu dicción.
En puntos suspendidos sobre una hoja en blanco, elevo mi enésima plegaria, doblo una carta que alguna vez quise darte y te beso la frente mientras aguardo, con la ansiedad de aquel niño curioso, que volvamos a vernos para reafirmar que lo único imposible es perdernos.
Madrugada de miércoles, cuando las nubes anuncian un verano tardío y un futuro venidero, porque ahí te seguiré esperando.

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