Alguna vez fui testigo del desengaño
más cruel, el que sacude y corta las venas, ese que trae la tormenta del
desamor profundo y el deterioro de lo terrenal, lo finito, lo sencillo.
Otras veces me tocó ser el mancillado, la pena deambulante, el devenir
incierto. Mamá me decía que acompañarse era complejo y que las
verdaderas historias de amor nacen y mueren al instante, cuando el mismo
amor, por fin, rompe el cascarón y asoma, tímidamente, su cuerpo.
Nunca
tuve nada importante que contarle al mundo, apenas un puñado de
letargos inciertos, propios de una curiosidad exaltada, una acumulación
de vivencias imaginarias que se esfumaban con el correr del tiempo y las
mitades que no se juntaban. Y vos venías en camino, con todo lo que significaba no encontrarte, pero sabiendo que ahi estabas.
Vinieron
los golpes, la adolescencia y el temor, todo se tradujo en vivir
persiguiendo tus pasos. Era muy pronto para contarle al mundo que te
amaba, es muy pronto para contarle al amor que te hice un mundo y será siempre el tiempo un segundo más en vos.
De
una casualidad puede surgir el devenir, la búsqueda, el tango. Quizás
haya necesitado tiempo para fagocitarme un rato de tu boca y despedir
esa incertidumbre que hace estragos en el cuerpo, dejando a la soledad
bailando sola y a vos bailando en mi mientras la oscuridad del cuarto se
enciende y nos funde con entusiasmo adolescente y fulgor de amantes
perpetuos. Casi calcado a la noche en que te miré a los ojos y me quede
dormido en la profundidad de tu mirada inalcanzable, en lo incomparable
que es sentir como tu abrazo cae encima mío y me envuelve hasta cortarme
el aire y revivirme con una bocanada de segundos en tu piel cautivante.
Alguna
vez me pregunté si era un locura tomar la decisión de no soltarme nunca
más de tu mano, ahora creo en nosotros porque creo, todo el tiempo, el
escenario para llegar a dar los pasos que necesitemos para recorrer la
vida entera.
Se trata de
inventar ilusiones para cumplir, de vivir todos los días una nueva vida y
darnos la oportunidad de no dejar de llegar al final de un nuevo
comienzo. No sabemos si puede ser la última vez, pero podemos
resignificarla para que siga siendo la primera.
Es
dejarnos flotar mientras nos arrojamos al vacío y le decimos adiós al
dolor, todo bajo una estelar lluvia de verano colmado de vos, de mi, de
mucho que es poco pero alcanza para ser todo.
Tuvimos
tropezones y desencuentros, lastimaduras y desazones, colores y
desengaños, pesadillas y preguntas... Hoy tenemos un montón de tanto que
debería crear un planeta con tu nombre para que el amor quede a salvo
del mundo insensible.
En
épocas de cobardes, entre pasos de multitudes anónimas, estamos para dar
el más importante de todos: escribir, unidos, el destino de una
historia que nació para ser cumplida una noche que el sabor de tu alma
quedó dormida en el plexo solar de un beso que aprendió a pronunciar tu
nombre de memoria.
Historias
de desconfianzas, de frío, de calor, de vacaciones y despedidas, de
ternura y reencuentro. De nosotros dos a punto de decirle todo que si,
al futuro de un romance que está vestido de fiesta interminable.
Ver el amanecer, la noche y la tormenta, el atardecer y la merienda, el domingo y el jueves, los veintisiete y los anillos, ser todo aunque la finitud no lo quiera. Escribir dentro de tu vientre la genealogía nuestra y pedirle a Dios que le diga a nuestros padres que hablen de nosotros donde quiera que estén.
Dos locos que se animaron a amar, dos versos que compusieron un soneto, dos que serán el más fiel recuerdo del para siempre.
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